Rafael Corporán de los Santos, conocido como «El Viejo Corpo», fue una figura emblemática en la comunicación y filantropía de la República Dominicana. Su vida fue una montaña rusa de éxitos y fracasos, pasando de la indigencia a convertirse en un influyente empresario de medios, solo para regresar a la pobreza en sus últimos años.
Desde su niñez, Corporán enfrentó la pobreza extrema, una realidad que cambió al lograr construir un imperio mediático. Su programa de televisión se convirtió en el más visto del país, y su cadena de emisoras de radio, conocida como Circuito Corporán, abarcó todo el Caribe. A través de su éxito, amontonó una considerable fortuna, que utilizó en gran parte para ayudar a miles de personas en necesidad, consolidando su reputación como un filántropo generoso.
Sin embargo, el éxito de Corporán fue efímero. En 2003, durante la presidencia de Hipólito Mejía, una severa crisis económica devastó sus finanzas. Desesperado por sobrevivir, se vio obligado a vender sus activos más valiosos, incluyendo su Circuito Corporán. Esta venta resultó ser una estafa monumental, perpetrada por Pedro Castillo, dueño del Banco del Progreso, y su abogado Francisco Álvarez, conocido como «Pancho Álvarez». Aprovechando la crítica condición de salud de Corporán, lo hicieron firmar un contrato desfavorable mientras estaba en cuidados intensivos. El contrato no protegía contra la devaluación de la moneda, resultando en una pérdida significativa. Aunque el precio acordado inicialmente fue de 185 millones de pesos, Castillo pagó solo 46 millones, muy por debajo de los 374 millones ofrecidos previamente por Ramoncito Báez de Baninter.
Esta traición económica llevó a Corporán a una profunda depresión, agravada por la soledad y el deterioro de su salud. Sufría de diabetes, hipertensión y problemas nerviosos, culminando en una infección pulmonar que eventualmente causó su muerte. Murió en la miseria, habiendo pedido prestados 500 pesos para una comida, y sus hijos enfrentan la indigencia.
Además de su carrera en los medios, Corporán tenía un proyecto ambicioso: la Ciudad del Niño, destinada a albergar a niños de escasos recursos. A pesar de la inversión gubernamental de 200 millones de pesos en 1988 y nuevos fondos en 2002 bajo el mandato de Hipólito Mejía, el proyecto nunca se materializó y los fondos desaparecieron misteriosamente.
La historia de Rafael Corporán de los Santos es un recordatorio trágico de la fragilidad de la fortuna y la importancia de la honestidad y la justicia en la vida. Su legado en los medios y su impacto filantrópico permanecen, pero su trágico final subraya las injusticias que pueden ocurrir cuando la vulnerabilidad y la deshonestidad se encuentran.